Hasta finales de los años 80, las piscinas se construían con profundidades entre 2,5 a 3 metros, lo que permitía el uso de trampolines.
Hoy en día, la profundidad de cualquier piscina privada no sobrepasa los 1,5-2 metros. Con ello se ahorra un volumen considerable de agua, electricidad y productos químicos para su tratamiento, teniendo una profundidad más que suficiente para nadar cómodamente. La profundidad no tiene que ser idéntica a lo largo de toda la piscina, pudiendo variar con una pequeña inclinación.
Si se quiere instalar un trampolín, es preferible instalar un “foso de saltos”, cuya profundidad máxima oscila entre 2 y 2,5 metros.
Dependiendo de la profundidad deseada, se elegirá un tipo de fondo. La mayor parte de las piscinas tienen el fondo plano con determinadas zonas donde es posible tocar el fondo con las plantas de los pies y poder andar. También existen piscinas con el fondo en forma de pendiente, o bien uniforme –una única rampa descendiente–, o con dos pendientes a distinta profundidad.
Otra opción es el fondo de “cuchara”, creado a partir de dos pendientes distintas con un escalón vertical a mayor profundidad que crea un tramo plano en el fondo. Una variación del anterior, es el “fondo de fosa de salto troncopiramidal”. Estas tres últimas opciones son aptas para la práctica de saltos con trampolín.